David Chalmers ha distinguido entre el problema fácil y el problema difícil de la conciencia.
La conciencia es el problema más complejo al que se enfrenta la ciencia y la filosofía. Es una vivencia subjetiva que no podemos dejar de sentir, que con dificultad somos capaces de describir y en absoluto sabemos cómo explicar.
Ser consciente de, darse cuenta de, es su acepción más básica. Tener algo en mente. Otras definiciones se remiten a la anterior. Así, ser consciente de uno mismo (metaconciencia) es darse cuenta de lo que es yo y de lo que es ajeno.
El problema fácil de la conciencia es muy complejo. Consiste en saber los correlatos neurales de la conciencia. Qué ocurre en nuestro cerebro para ser conscientes, qué áreas están involucradas, qué es imprescindible que ocurra y en qué secuencia.
El problema difícil consiste en que no somos capaces siquiera de imaginar cómo una actividad neuronal, física, es capaz de producir fenómenos subjetivos y aparentemente intangibles.
En lo que todo el mundo está de acuerdo es en que la conciencia y los estados mentales son una actividad cerebral. Aunque aquí surge de nuevo la controversia: ¿son los estados mentales producto de la actividad neural? o ¿son los estados mentales los que producen la actividad neural? ¿son la misma cosa o son dos cosas distintas? Me inclino a pensar que son la misma cosa, dos caras de la misma moneda, un símil que aunque no explica nada lo describe bien.
Volviendo a los problemas, cabe la esperanza de que el avance en el problema fácil a través de la neurociencia nos ayude a responder al filosófico problema difícil.
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