Los recientes avances en neurociencia comienzan a tener implicaciones en los juicios y los sistemas legales. La poca fiabilidad de la memoria de los testigos, la utilización de escáner cerebral, el cerebro adolescente, la adicción a las drogas, o los cerebros con malformaciones plantean nuevos retos a la justicia.
Y en un orden filosófico más profundo late la pregunta ¿Somos responsables de nuestros actos? En el reciente congreso de la Society for Neuroscience SfN, el más grande del mundo, se planteó el simposio “The Brain on Trial: Neuroscience and the Law”.
La memoria de los testigos
La reciente ejecución de Troy Davis se basó entre otras cosas en el testimonio de los testigos. Con el tiempo siete de los nueve testigos cambiaron su testimonio. La ronda de identificación fue irregular y parece que los recuerdos de los testigos fueron claramente contaminados.
En una serie de estudios clásicos Elizabeth Loftus demostró lo sencillo que es manipular los recuerdos. La memoria no es fotográfica, es siempre una reconstrucción, una recreación que se altera por las circunstancias del momento y las sucesivas invocaciones. Además es fabulativa: rellenamos las lagunas para relatar un recuerdo coherente. Algunos de los experimentos de Loftus son demostrativos. Después de ver un vídeo, se preguntó a unos sujetos experimentales ¿a qué velocidad iba el coche rojo al colisionar con el blanco? y a otros sujetos ¿a qué velocidad iba el coche rojo al machacar al blanco? Para los segundos, la velocidad era significativamente mayor. En otro de los estudios, se presentó a los sujetos informes por escrito de cuatro acontecimientos de su infancia. Uno era falso, pero contado por un familiar cercano. Un tercio de los sujetos afirmaban recordar el acontecimiento falso.
En otra serie de experimentos, los sujetos observaron a otros realizar unas acciones simple y ellos mismos realizaron otras. Al cabo de un tiempo, los sujetos no sabían cuales habían realizado ellos y cuales habían visto. Con frecuencia confundimos lo que nos ha sucedido, lo que hemos visto y lo que hemos imaginado.
El escáner cerebral
El polígrafo (también llamado detector de mentiras) se inventó en 1921. Se ha usado con frecuencia en los juicios y dependiendo de cada país se admite como prueba o no. El último en usarlo ha sido Alberto Contador.
El escáner cerebral mediante resonancia funcional magnética fMRI permite en esencia saber qué áreas del cerebro son más activas durante una determinada tarea. Es lo más próximo a leer la mente que existe. Es una poderosa herramienta aunque extraer conclusiones de un fMRI es muy debatible
Aunque aún está lejos de ser usado como prueba, según un juez de EE.UU:
Los datos no se pueden aceptar… porque no cumplen las directrices de evidencia científica… no obstante, la detección de mentiras basada en fMRI… es una metodología que puede ser considerada admisible en el futuro, después de mejorar las pruebas, el desarrollo y la revisión de expertos para aumentar su nivel.
El fMRI tiene otras implicaciones. Una de ellas es el estado de coma. Si el fMRI indica que un sujeto no está en coma ¿se le puede retirar la asistencia artificial que lo mantiene en vida?
Otra implicación de fMRI es la detección de anormalidades en el cerebro.
El cerebro criminal, adolescente o adicto
¿Existe un cerebro criminal? En general no, pero hay casos en que esta pregunta debe ser considerada. Como el caso de un profesor pedófilo con un tumor que perdió sus hábitos delictivos cuando este fue extirpado. Es raro encontrar una correlación tan clara, pero a veces ocurre. ¿Y en los psicópatas? Estos se caracterizan por tener poca empatía, por no ser capaces a ponerse en el lugar del otro. Tienen una amígdala (responsable de las emociones, ansiedad y miedo) menor aunque distinguen lo bueno de lo malo. El caso de los actos compulsivos es distinto: suelen ser personas con la corteza prefrontal (responsable de la planificación de los actos, pero también de la inhibición de los instintos) disminuida.
La adicción, causa de muchos delitos, secuestra el sistema de recompensas y conduce a una búsqueda compulsiva de la droga a pesar de las malas consecuencias que ello conlleve.
Especial relieve tiene el cerebro adolescente. El Tribunal Supremo de EE.UU ha decidido que no se puede condenar a pena capital a los adolescentes porque su cerebro es inmaduro. Y en efecto, el cerebro no para de madurar hasta los veinte años. Los adolescentes están aprendiendo las normas sociales y tienen dificultades para predecir las consecuencias de sus actos. En un estudió se mostró que tardan 300ms más que los adultos en decidir si algo es bueno o malo y las áreas cerebrales involucradas son muy distintas.
La réplica y el libre albedrío
La fMRI es una herramienta poderosa, pero las conclusiones extraídas a partir de ellas pueden resultar infundadas. Hoy es fácil confundir a un detector de mentiras ¿cómo? Pensando en otra cosa o simplemente pensando en mover un dedo.
¿Fue el cerebro o fue la persona la que cometió el crimen? Se trata de una falsa dicotomía: somos nuestro cerebro.
La ciencia puede proporcionar hechos, pero es la sociedad la que tiene que emitir un juicio sobre ellos.
En última instancia ¿somos responsables de nuestros actos? ¿existe el libre albedrío? Porque si la respuesta es no, ¿qué sentido tiene el castigo? Pero este es otro asunto.
Publicado originalmente en ALT1040
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