La tecnología ha sido el arma más poderosa de evolución de las sociedades humanas. La dominación de la naturaleza posibilitó el gran salto neolítico de forma que cultivamos campos, domesticamos a los animales y nos hicimos sedentarios. La escritura fue quizá el mayor invento de la humanidad, ya que permitió la acumulación del conocimiento y que éste trascendiera el tiempo y el espacio. Los avances tecnológicos han traído bienestar en todas las épocas de la humanidad.
Con la Revolución industrial el crecimiento y el bienestar se aceleraron. La producción se hizo más eficiente, el precio de los productos bajó y éstos estuvieron a disposición de un número creciente de consumidores. También destruyó empleos, pero otros muchos se crearon según una máxima de la ciencia económica, que dice que los empleos destruidos por la tecnología son constantemente reemplazados por otros en otros sectores. Sin embargo, esto parece tocar a su fin.
El nacimiento de los ordenadores comerciales a mediados del siglo pasado posibilitó un gran desarrollo para las empresas grandes y pequeñas. La introducción del ordenador personal supuso un panorama nuevo en el que muchos individuos tenían acceso a la computación. Pero fue el uso masivo de Internet lo que cambió el mundo y nos mostró un futuro que aún no sabemos juzgar. En paralelo, los algoritmos inteligentes, la llamada Inteligencia Artificial, han comenzado a realizar tareas antes sólo reservadas a los seres humanos. Hoy los ordenadores ven, escuchan, hablan y casi piensan.
La aplicación de esta tecnología de la información tiene dos consecuencias. La aceleración de la producción hace que vayamos hacia un mundo de abundancia en el que los productos y servicios serán muy baratos. Por otro lado, hará que el trabajo humano vaya desapareciendo: las máquinas harán la labor. La antigua regla económica ya no sirve: no habrá reemplazo del empleo.
Esta visión tecnológica debería tener un correlato en el mundo económico y político. Desafortunadamente no es así. El libro pretende llamar la atención acerca de una realidad sobre la que urge el debate.
Con la Revolución industrial el crecimiento y el bienestar se aceleraron. La producción se hizo más eficiente, el precio de los productos bajó y éstos estuvieron a disposición de un número creciente de consumidores. También destruyó empleos, pero otros muchos se crearon según una máxima de la ciencia económica, que dice que los empleos destruidos por la tecnología son constantemente reemplazados por otros en otros sectores. Sin embargo, esto parece tocar a su fin.
El nacimiento de los ordenadores comerciales a mediados del siglo pasado posibilitó un gran desarrollo para las empresas grandes y pequeñas. La introducción del ordenador personal supuso un panorama nuevo en el que muchos individuos tenían acceso a la computación. Pero fue el uso masivo de Internet lo que cambió el mundo y nos mostró un futuro que aún no sabemos juzgar. En paralelo, los algoritmos inteligentes, la llamada Inteligencia Artificial, han comenzado a realizar tareas antes sólo reservadas a los seres humanos. Hoy los ordenadores ven, escuchan, hablan y casi piensan.
La aplicación de esta tecnología de la información tiene dos consecuencias. La aceleración de la producción hace que vayamos hacia un mundo de abundancia en el que los productos y servicios serán muy baratos. Por otro lado, hará que el trabajo humano vaya desapareciendo: las máquinas harán la labor. La antigua regla económica ya no sirve: no habrá reemplazo del empleo.
Esta visión tecnológica debería tener un correlato en el mundo económico y político. Desafortunadamente no es así. El libro pretende llamar la atención acerca de una realidad sobre la que urge el debate.
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