¿Piensan los animales, los bebés o los ordenadores?
María estaba viendo en la televisión un programa sobre la infancia que le hizo pensar si realmente era consciente de la vida que llevaba.
Es fácil de decir. Y cualquier hablante lo entiende. Utilizamos verbos útiles para nuestra comunicación diaria: ver, pensar, ser consciente. Pero estos mismos términos se revelan limitados cuando tratamos de explicar los fenómenos que ocurren en nuestra mente.
Ver. Consiste en la actividad coordinada de millones de neuronas. En los ojos, en el tálamo, en las áreas visuales, en las áreas de asociación, en las responsables del movimiento de los ojos y de la cabeza. A todo eso le llamamos ver. No hay términos diferenciados para cada subactividad. Y si a alguien le falta un ojo, ¿ve? Y si es daltónico, ¿ve? Podríamos decir que ve parcialmente. Y así las preguntas se suceden y el término se torna cada vez más impreciso.
Pensar. Consiste en la actividad coordinada de millones de neuronas. Sin entrar a describir el proceso ni el término, el problema es aún mayor. ¿Piensan los animales? ¿Y los bebés? ¿Las máquinas? Deep Blue ganó a Kasparov en 1997. ¿Pensaba Deep Blue? ¿Jugar al ajedrez es pensar? El problema es, para empezar, terminológico. La respuesta es: depende. Depende de lo que entendamos por el término pensar.
Cuando esperamos la respuesta de un ordenador decimos que está pensando. Utilizamos para ello la analogía, es decir, la semejanza entre dos cosas distintas. Pero si queremos averiguar lo que es igual y lo que es distinto, el término pensar deja de ser útil.
Ser consciente. Consiste en la actividad coordinada de millones de neuronas. Apasionante problema cuyos desafíos son aún mayores y sobre el que volveré.
El lenguaje como actividad constituye un fascinante fenómeno. Pero este es otro asunto.
Como medio, el lenguaje humano es una gran herramienta con importantes limitaciones.
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